El legado de Roger Keith “Syd” Barrett, cofundador de Pink Floyd, está marcado por su talento pionero y su trágica caída en el abismo de la salud mental. Su historia ha sido narrada en numerosos libros, artículos y documentales, pero pocas obras capturan un momento tan íntimo y crucial de su vida como el cortometraje Syd Barrett’s First Trip, dirigido por Nigel Lesmoir-Gordon.
Este filme de 11 minutos, dividido en dos partes, ofrece una mirada sin filtros a la transición de Barrett de un joven curioso a una figura profundamente inmersa en el mundo psicodélico. Más allá de su duración breve, el cortometraje tiene un peso histórico significativo, documentando un capítulo clave tanto para Barrett como para la evolución de Pink Floyd.
El origen del cortometraje
Nigel Lesmoir-Gordon, un cineasta amigo de Barrett, no planeó filmar un retrato tan icónico. “La película simplemente ocurrió… Es una obra espontánea”, explicó el director. Con la ayuda de su esposa Jenny, capturó momentos que, en ese momento, parecían solo un día más entre amigos. Pero esos instantes terminaron por encapsular el primer paso de Barrett hacia un universo que definiría su vida y su música.
La primera parte del filme muestra a Barrett y un grupo de amigos explorando las colinas de Gog Magog, cerca de Cambridge, durante su primer viaje con LSD. Las imágenes son casi etéreas, llenas de risas, asombro y una palpable sensación de descubrimiento. En palabras de Lesmoir-Gordon, este momento representó la entrada de Barrett al mundo psicodélico, una experiencia que influiría profundamente en sus composiciones musicales.
Un contraste entre la inocencia y la fama
La segunda parte del cortometraje da un salto temporal hasta 1967. Para entonces, Barrett y Pink Floyd habían firmado un contrato importante con EMI y trabajaban en los legendarios estudios Abbey Road. Estas imágenes muestran a un Barrett ya transformado: su creatividad seguía siendo prolífica, pero las primeras señales de su deterioro mental comenzaban a aparecer. Mientras la banda grababa nuevas canciones, el peso de la presión y el abuso de sustancias empezaban a hacer mella en él.
Lesmoir-Gordon describió el entorno de ese momento como un hervidero de creatividad y excentricidad. “Entre nuestro lugar y el de Nigel [amigo y anfitrión de un salón artístico], pasaba lo mejor de la sociedad alternativa londinense: poetas, pintores, cineastas, charlatanes y visionarios”. Barrett, quien alguna vez fue descrito como un joven alegre y extrovertido, ya mostraba signos de aislamiento y episodios de desconexión emocional.
La salud mental de Barrett: un desenlace trágico
El consumo constante de LSD no solo inspiró su música, sino que también exacerbó su salud mental. Barrett comenzó a mostrar comportamientos erráticos: desde largos periodos de silencio y miradas vacías hasta rechazar tocar en conciertos o mimetizarse con el escenario sin participar activamente. En una ocasión, según una leyenda urbana, aplastó una pastilla de tranquilizante Mandrax, se untó Brylcreem en el cabello y se presentó bajo las luces del escenario, luciendo como una “vela derretida”, según testigos.
Finalmente, el deterioro de su salud mental llevó a que Barrett fuera hospitalizado y se alejara de la banda. Aunque su contribución a los primeros álbumes de Pink Floyd sentó las bases para su éxito, su vida posterior estuvo marcada por el retiro y el silencio.
Syd Barrett’s First Trip no solo captura un momento significativo en la vida de un músico legendario, sino que también sirve como un testimonio de cómo la experimentación psicodélica marcó a toda una generación. A través de su lente espontánea, Lesmoir-Gordon documentó la dualidad de la libertad creativa y las consecuencias de cruzar límites personales. Hoy, este cortometraje sigue siendo un recordatorio de la genialidad y fragilidad de Syd Barrett, una figura que sigue inspirando a artistas y fascinando a los amantes de la música y la historia del rock.