¿Qué nos queda hoy del underground?

¿Qué nos queda hoy del underground?

Durante décadas, la palabra underground fue un emblema de autenticidad, rebeldía y búsqueda estética en la música electrónica. Surgido como un gesto de resistencia frente a la cultura dominante, representaba más que un sonido: era una red de códigos, valores y prácticas que se tejían al margen de la industria musical tradicional.

Pero en pleno 2025, con DJs emergentes viralizándose en redes sociales, fiestas clandestinas esponsoreadas por marcas globales y algoritmos que dictan qué suena en el dancefloor, cabe preguntarse: ¿Qué queda hoy del underground? ¿Aún hay algo vivo de su esencia o estamos hablando de una nostalgia que el mercado aprendió a capitalizar?

El mito y la nostalgia

Para muchos, el underground sigue siendo un imaginario romántico. La pista de cemento, el flyer impreso en fotocopia, la comunidad improvisada en un galpón sin habilitación. Una experiencia que se construía desde la precariedad, pero con sentido de pertenencia. Sin embargo, esa nostalgia convive con una realidad en la que incluso los proyectos más experimentales necesitan estrategia, visibilidad y gestión profesional.

Hoy todo está más expuesto. Lo que antes era reservado para unos pocos, ahora circula en redes en tiempo real. La cultura se democratizó, pero también se volvió más efímera y competitiva, y es en esa vorágine que la música pasó a ocupar un lugar mas que periférico, insignificante, decorativo, complementario.

¿Es una estética, una actitud o una estructura?

Algunos sostienen que el underground no es un lugar físico, sino una forma de hacer. Una lógica que prioriza la libertad artística sobre el rédito económico, que apuesta por el riesgo estético por encima de la comodidad del algoritmo.

Desde ese enfoque, el underground puede existir incluso dentro de una gran ciudad o en un festival mainstream, siempre que las decisiones respondan a una ética propia y no a la lógica del mercado.

Pero también hay quienes marcan límites y aseguran que no todo lo autogestionado es underground, ni todo lo masivo es necesariamente comercial. Para los puristas, lo que define al término es su relación con los márgenes, con lo que incomoda o desordena el flujo de consumo cultural.

La paradoja de la visibilidad

Una de las mayores tensiones actuales está en la exposición. Hoy, incluso los colectivos más alternativos necesitan producir contenido, ganar visibilidad y sostener una comunidad digital activa. Eso genera una paradoja: lo underground debe mostrarse para sobrevivir, pero en ese acto de mostrarse, corre el riesgo de diluirse.

¿Es posible ser underground en un entorno donde todo se mide por alcance y engagement? ¿O estamos ante una mutación inevitable, donde el concepto se redefine para adaptarse a un nuevo contexto?

Hacia una nueva categoría

Tal vez sea hora de dejar de hablar de “underground” en términos binarios. La realidad es más compleja. Hay zonas grises, proyectos híbridos, escenas emergentes que dialogan con la industria sin perder su singularidad.

Nuevas formas de independencia que no pasan por el ocultamiento sino por la integridad del proceso creativo.

Lo underground no murió, pero ya no vive donde solía estar.

Cambió de lugar, de lenguaje y de trinchera. Y quizás esa sea su verdadera naturaleza: reinventarse constantemente para seguir siendo incómodo, imprevisible y necesario.

Y si, a nosotros también nos duele un poco.

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