“Mezzanine” de Massive Attack: 27 años de un abismo sonoro que sigue expandiéndose

“Mezzanine” de Massive Attack: 27 años de un abismo sonoro que sigue expandiéndose

Cuando Massive Attack publicó Mezzanine el 27 de abril de 1998, no solo alteró radicalmente el rumbo de su propia narrativa sonora. También capturó con precisión quirúrgica la tensión existencial de una época que empezaba a desmoronarse bajo la superficie del optimismo noventero. Hoy, 27 años después, este álbum sigue latiendo con una intensidad oscura, como si estuviera hecho para una realidad que recién ahora empieza a entenderlo.

El sonido de una ruptura

Mezzanine no fue una continuación lógica de Blue Lines (1991) ni de Protection (1994), los dos trabajos que cimentaron a Massive Attack como pioneros del trip-hop. Fue, más bien, una ruptura estilística y emocional, nacida de la fricción interna entre sus miembros y de una necesidad casi visceral de reinventarse.

Las tensiones entre Robert Del Naja, Grant Marshall y Andrew Vowles no solo marcaron el proceso de grabación; fueron parte integral de la estética final. Vowles abandonaría el grupo tras la gira, incapaz de aceptar la nueva dirección del proyecto. Pero ese clima de desgaste creativo y personal le otorgó al disco una profundidad emocional que rara vez se alcanza en una producción electrónica.

Paisajes densos, opresivos, magnéticos

La inclusión de Neil Davidge como co-productor trajo consigo una paleta más sombría y cinematográfica. Las guitarras se volvieron protagonistas, los beats se hicieron más secos, más pesados, más violentos. El uso de sampleos fue preciso, minimalista, casi quirúrgico. Y la mezcla final, cargada de matices y capas, construyó un mundo sonoro denso, claustrofóbico, al borde del colapso.

Angel, el tema de apertura, es un descenso gradual hacia un estado de amenaza permanente. Risingson suena como un ataque de ansiedad encapsulado en ritmo. Inertia Creeps, con su estructura irregular y su aire de vigilancia, anticipa la era de la hiperconexión y el control digital. Y Teardrop, con la voz hipnótica de Elizabeth Fraser, es probablemente uno de los momentos más vulnerables y sublimes de la música electrónica de las últimas tres décadas.

Un álbum que observa

Hay algo profundamente inquietante en Mezzanine. Es un disco que te observa, más que uno que te invita. Su narrativa sonora no busca complacer ni entretener: tensiona, incomoda, abre interrogantes. Se trata de una obra obsesionada con el deterioro, con la identidad borrosa, con los bordes difusos entre lo humano y lo artificial.

En retrospectiva, se siente casi profético. Años antes de que palabras como “surveillance”, “ansiedad digital” o “colapso ecosistémico” ocuparan el centro del discurso cultural, Massive Attack estaba ya modelando esas angustias en forma de bajos graves, reverbs cavernosos y líneas vocales quebradas.

Un legado que no envejece

A 27 años de su lanzamiento, Mezzanine se mantiene como un punto de inflexión dentro de la historia de la música electrónica. Fue un álbum que no respondió a su época, sino que la reescribió. Su influencia se extiende desde Burial hasta Arca, desde los climas de Blade Runner 2049 hasta el diseño sonoro de Black Mirror.

Mientras muchos discos nacidos en los noventa han quedado sepultados bajo capas de nostalgia, Mezzanine ha seguido creciendo, adaptándose, reapareciendo. Como si no envejeciera, sino que simplemente mutara con cada generación que lo descubre.

27 años después…

En un presente marcado por la fragmentación, la sobreinformación y la precariedad emocional, Mezzanine sigue siendo un mapa para recorrer el abismo. No ofrece respuestas. Solo invita a escuchar, a sentir, a rendirse ante lo inevitable.

Veintisiete años después, sigue siendo una advertencia. Un legado. Una herida abierta que suena como el futuro.

La Patagonia suena.
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