¿Existe un sonido comercial en la música electrónica?

¿Existe un sonido comercial en la música electrónica?

La discusión sobre lo “comercial” dentro de la música electrónica no es nueva. Surgió en los 90, explotó con el EDM a partir de 2011 y hoy regresa con fuerza en plena era del algoritmo. Lo que antes se percibía como una tensión entre mainstream y underground ahora se expresa como un fenómeno más complejo: una estandarización sonora transversal, que atraviesa géneros y que responde tanto a decisiones artísticas como a exigencias del mercado global.

Para entender esta discusión conviene mirar hacia atrás. El house y el techno nacieron en Detroit y Chicago como respuestas culturales: música hecha para comunidades concretas, con influencias del funk, el soul y el jazz. Su expansión en Europa durante los 80 y 90, junto al boom rave, dio origen a nuevas estéticas —trance, hard techno, drum & bass— y también a los primeros debates sobre “purismo” y “venta”. Cada salto generacional produjo la misma fricción: lo nuevo parecía demasiado accesible para quienes defendían la tradición.

Ese patrón reapareció de forma mucho más visible con el EDM. Entre 2011 y 2013, artistas, festivales y majors consolidaron un modelo masivo: estructuras simples, drops grandilocuentes, melodías pegadizas y puestas en escena monumentales. No era un género sino un movimiento orientado al público más amplio posible. El EDM capturó audiencias globales, pero también generó críticas internas: homogenización, ghost producers, precios inflados y DJs que abandonaban su identidad para adaptarse a una tendencia rentable.

La actualidad repite parte de esa lógica, pero bajo un funcionamiento distinto. Ya no es solo el impacto del EDM: es la influencia del streaming. Playlists editoriales, algoritmos de recomendación y consumo fragmentado crearon un incentivo claro: producir música que “funcione” en métricas, no necesariamente que innove. De ese entorno emergió lo que la comunidad bautizó, con ironía, IBM (Industrial Bounce Music): un techno festivalero, rápido, saturado y pensado para el impacto inmediato. Más que un estilo, un síntoma de la estandarización.

Sin embargo, el fenómeno no es absoluto. Sellos como Defected Records demostraron que lo accesible no siempre es sinónimo de vacío estético. Desde 1999 mantuvieron una identidad clara dentro del house, probando que la masividad también puede convivir con un criterio curatorial sólido. El problema surge cuando la industria acelera tanto que la repetición deja de ser una elección y pasa a ser un mecanismo de supervivencia. En ese contexto, lo comercial deja de ser una categoría y se transforma en una lógica de producción.

Entonces, ¿qué significa hoy “comercial”? No es un estilo ni un enemigo del arte. Es un sistema de incentivos. Una forma de crear música que prioriza la previsibilidad sobre el riesgo. Y esa tendencia convive con otra realidad: cada avance tecnológico, cada expansión del público y cada ola de masificación siempre generaron tensiones similares. La historia de la electrónica está hecha de rupturas, apropiaciones y ciclos donde lo underground y lo mainstream se influencian mutuamente.

La discusión, en el fondo, no es sobre si lo comercial debe existir. Siempre existió. Lo relevante es preguntarse qué queda del techno, del house y de la vocación experimental que definió a la electrónica cuando una parte significativa del circuito global persigue el mismo sonido. Y, sobre todo, qué nuevos brotes creativos pueden surgir cuando la homogeneidad se vuelve dominante. Porque, como demostró cada generación anterior, el futuro de la electrónica casi siempre nació en la tensión entre ambas fuerzas.

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